Por: Míkel F. Deltoya “ […] abejorros del deseo en tus oídos zumban tan fuerte y acarician tus senos de muchacha adormecida en el cuadro de los distraídos mientras algo suena a una mujer que se va de casa” Guillermo Jaramillo En primavera los grillos se la pasan de karaoke toda la madrugada. Elaboran bacanales sórdidos y desenfrenados en florecitas que recién inauguraron y cambiaron de administración durante el insigne invierno. ¡No me dejan dormir! Luego el polen. Las alergias… ¡las hormigas! campantes, en filita, una tras otra; viaje de expedición a la cocineta. Después, por la noche, las polillas con sus cafés literarios alrededor del ojo de luz ahorrador (no sé si discuten a Heidegger, Foucault o a Bloom, no me he quedado a escucharlas). Fastidioso, por supuesto, fastidiosos los caminos de la enérgica aura positiva que rodea a todos. Apenas hace un año, en turbulencia anacrónica, tu superior al mando te comisionó a recibir púberes de todas las edades en un carnaval de la palabra. Ahí fue cuando nos vimos. ¡Qué distinta hubiese sido la historia si no la estuviesen contado los perdedores, sino los victoriosos! Pero acuérdate que cruzar palabra no implica necesariamente hacer que quepa alguien en tu vida; supongo que las cigarras y los grillos y los gusanitos quemadores y las chinches pedorrinas y las cucarachas se embelesan con menos rodeo… un silbido, una mirada con sus segmentos de ojos que van desde los dos hasta las cuarenta pequeñas filminas hexagonales con las que tienen una visión 70/70 (no como tú y yo, que estamos tan ciegos… literal y simbólico), un raspado de anca trasera y ¡Pum! Su lifetime es limitado y sus expectativas de la vida son menos purulentas que nuestro almost quarter of century. Los bichejos no construyen un mundo a posteriori del apareo, son felices en la época de verano. Recuerdo: Öktober, luego de tu cumpleaños. Requerías urgentemente mis servicios de verborrea. Y aquí comenzamos a hablar, ¡chécale bien! ¡Hubo paga de por medio!, entonces azar, entonces coincidencia. Vivíamos a unos cuantos pasos. Cualquiera pensaría que ante el arraigo repentino de una charla diaria que superaba las cuatro horas, habría de surgir un decoro metasentimental. Y es que también –recuerdo- que te bordé un suéter de palabras (en pleno octubre que significa pinche calor todavía) que nunca te pusiste. Lo hojeaste con minúscula petulancia y jamás expresaste punto de partida, ni un acongojo (casi medio año de edad y jamás estrenaste mi prenda). Tal vez en el fondo, me necesitas menos, por lo que yo más soy. Este verano es más caliente aún, sobretodo porque ya tenía rato que no salía de la ratonera. Imagínate. A veces pienso en la duración del amor, mi querida Arianne. Sin duda el amor es un insecto; los menos longevos duran 14 a 26 días. Algunas mariposas alcanzan los 2 meses y las abejas guerreras et libélulas a lo mucho llegan a la mitad de un año. La mariposa, completa apología de ti y de mí, vive, en promedio, once meses. Y es que en once meses cabe el recuerdo del primer brassiere en el suelo, dos o tres besos sobre la lluvia, 2.4 pruebas de embarazo tras un retraso de trece días, one ramo de rosa, serenata, cuarenta y siete sélfies, cinco vasos de agua, tres tópers, dos tópless. Unas piernitas jugosas y el sol bandido del verano mascabándolas. Pero el verano desespera, no ya por el calor ni por el nefasto sonido de los aspersores rociando agua indiscriminadamente en todo el parque. Verano es ese periodo de tiempo donde los bichos tienen demasiado tiempo libre, y al salir del capullo, más bien prefieren buscarse nuevos problemas, nuevos castigos, antes de que su reloj biológico se apague para siempre. Verano es la estación más cruel, de veras, de veritas, porque, aunque la gente diga lo contrario… ahorita duele más la soledad adentro del exoesqueleto, donde debe ir el corazón.
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