Por: Horacio Hernández Empiezo a pensar que el culpable soy yo. He pasado la vida, hasta hoy, culpando al día, a la noche, culpando al tiempo, a la universidad, al trabajo, a mis amigos, a ellas, a los maestros, a los miedos, hasta al frio y al calor. Cualquier excusa, pretexto, escape para la que estoy empezando a reconocer que es mi realidad.
Mi cabeza se llena de imágenes y sonidos raros, donde el dolor y la frustración se unen para desencadenar un miedo, un miedo a nada, un miedo a todo. Me asomo por mis ventanas oculares, y comienzo a caer, y mientras caigo me doy cuenta que ya no sé donde vivo; llego hasta la garganta y trato de agarrarme, pero es inútil, sigo cayendo, voy tan rápido que es difícil ver con claridad, por fin me detengo en ese musculo rosa, que todos llaman corazón. El lugar es diáfano, frío y tenebroso; intento levantarme, pero dos grandes manos tiran mis pies hacia lo más oscuro del lugar. ¡LLORA, IMBÉCIL! te amo tanto, pero no puedo acompañarte en tu dolor, así que aquí te dejo una cerveza, un churro y a un lado, tu depresión; también te dejo esta nota para que refresques tu memoria, y que así por fin entiendas tu triste realidad. No sabía quién decía eso, pero después de mucho batallar, descubrí que ese otro era justamente yo. Egoísta, mujeriego y mentiroso eso soy. Pero siempre me pregunte ¿Por qué ésta catarsis? Por ella. Morena, de ojos negros, cabellos perfectos. Eso me atrajo pero su personalidad y el sentido del humor me atraparon por completo. Camino sin salida. Atrapado en su siempre no. También, a veces, pienso que es el destino. Término que evitaba en mi vida, pero luego pienso en Clara, a la que por tanto tiempo dije no; en Ruth, a quien besaba a pesar de que tenía novio; o en Ema, la novia de mi mejor amigo. De alguna forma les hice daño a ellas, y supongo que ahí el maldito destino entra en juego. ¡No entiendo por qué lloras ahora! Algunas veces quisiera cambiar tantas cosas, que todo fuera un poco distinto. Algunas veces estoy hasta la madre de esta vida. Algunas veces ya no siento nada, y pienso, que estoy algo grande para estar sufriendo de esta manera, pero, ¿quién le puso una edad al dolor? Ya estoy harto de los discursos de que la vida es color de rosa, ya estoy harto de ti, de mí, de todos, de que nunca sale nada bien. Y esta depresión está cabrona, y la llamo así porque ya no se me ocurre otro nombre. Y no quiero más pastillas. Y no quiero más hospitales. Y no quiero ver más a nadie. Me hundo en mi tinta y mi desmadre, y luego quiero salir, pero salgo ya manchado. No puedo definir con exactitud el sentimiento que me estremecía, pero era como tener dos hemisferios en el corazón: en el izquierdo se guardaban los recuerdos y en el derecho se iban escribiendo. Y es que esos recuerdos, se iban escribiendo con un bolígrafo de color existencial. Ningún bolígrafo como aquel resbala de forma tan natural sobre mi corazón. Tampoco creo que exista otro bolígrafo con el que me sienta tan cercano a la muerte y, al mismo tiempo, tan vivo; secretamente, cada uno de mis escritos va dirigido a la muerte como una proclamación de vida, como un reproche en contra de algo inevitable que, tarde o temprano, a todos nos ha de llegar. Todos los recuerdos se apoderaron de mí en grandes cantidades, y en la oscuridad de mi mente, pude ver el huesudo dedo índice de la muerte llamándome. Intenté dar reversa a mis pensamientos, intente pensar en el amor, en los amigos, en la familia, en cualquier otra cosa que no me recordara que la muerte estaba allí, rondándome. De pronto, justo cuando pensé que todo estaba perdido, los recuerdos se fueron atenuando. El sueño me venció poco a poco, o no sé si ¿habrá sido la sinceridad? Despierto y mi rostro se refleja en la ventana, ahora que todo es claro me intriga pensar a dónde se habrán ido los oscuros recuerdos existencialistas, y me temo lo peor, que los recuerdos ya no estén, acaso no existieron, se habrán ido para siempre, y es que ayer sintiéndome el inocente, empiezo a creer que el culpable era yo.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
Literatura |