Por: Mauricio Neblina No dejo de observarte.
Sé a qué hora te vas y a qué hora regresas. No importa despertarme a las cinco de la mañana para mirar tu fuga desde mi trinchera escondido detrás de un mueble barato. Contemplo el momento en que entras a la cocina o a tu recámara. También cuando permaneces inmóvil en tu sala pensando o viendo televisión; eso es imposible de saber, desde este ángulo no se alcanza a percibir. Acecho también a tus espontáneos que llegan por la noche. Los haces pasar a tu casa. Observo todo su recorrido. Veo cómo mueven los labios al hablarte, cómo mastica su mandíbula y cómo se sublevan sus labios al besarte. Veo la marca de cerveza que beben, la manera de hacerte reír, la forma en cómo te recitan algún poema demagogo de amor. Ellos sólo quieren acostarse contigo, mi-amor, y tú lo sabes. Sólo quieres acostarte con ellos, por eso los recibes entre tus piernas nieve ausente. Hay veces que, pasada la media noche, cansado de espiar, salgo a mi balcón a fumar con la esperanza y casi certeza de encontrarme con tu concierto de orgasmos; me detengo a escucharlo atentamente, lo disfruto lentamente para provocarme esa rabia adictiva que siento cuando otros te tocan, te miran, te escuchan, te visitan. Salgo a mi balcón a escuchar la sinfonía climática que antes componías sólo para mí. Salgo a mi balcón a provocarme esos celos venenosos necesarios que me quiebran. Incluso, hay ocasiones que detrás de tu cortina mal cerrada, por una esquina de la ventana de tu habitación, percibo el movimiento trepidatorio de la cama que alguna vez fue mi hogar. De repente se asoma alguno de tus tobillos blancos a momentos rojos y deseo volver a acariciarlos, sentirlos, olerlos, rozarlos, lamerlos, besarlos. Mi respiración se esfuma al imaginarme, después de advertir las evidencias, cómo otro hombre te toca, cómo le das tu placer a él, cómo le das tú placer a él. Un ansia calurosa llega a mi cabeza, contracciones involuntarias a mi rostro, la palma del diablo se sitúa en mi pecho y mi mandíbula se endurece. ¿Qué puedo hacer si lo perpetuo se interrumpió? Envenenarme de mi propio coraje y fracaso, apretar el puño y dar un grito de hielo para silenciar mi rencor y mis demonios púrpuras, hacer estallar mis vísceras por ver a tus amantes imitando mi pasado, endurecer mis dedos hasta que truenen, abandonar al entendimiento. Temblar y cerrar los ojos, temblar y cerrarlos, ojos.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
|