Por: Adriana Jandeth Camino por este sendero, arrastrando mis pies y llevando entre las suelas de mis zapatos tierra y hojas, sintiendo como el viento otoñal empapa mis pasos… A cada paso la soledad inunda mi pecho y ser, mi cuerpo se va marchitando; quizá, sólo quizá un día cambiaran los aires en este ciclo de la vida. – No, esta vida por ahora se ha quebrado para mí –. Continuó por este sendero, mirando alrededor, el aire es cada vez más fuerte, miro el horizonte y lo veo, veo un atisbo de luz que comienza a hacerse más fuerte, aceleré mis pasos hasta él y sentí el calor en mi cuerpo, un calor mejor que el de las personas, pero menos que el sol en primavera. Caminé despacio hasta que sentí por completo el calor en mi cuerpo. Y así me quedé, el sol me abrazaba por completo, no deseaba irme, era el mejor lugar ya que el paisaje lo completaba, la vegetación otoñal que aun cuando pareciera marchita era iluminada acentuando los colores cálidos, peo ya no más, poco a poco las sombras se hicieron más graves, los rincones dejaron de verse. El sol, el sol ahora se ocultaba, –¡No! –, grité desesperadamente, caminé como loco por distintas direcciones tratando de tomarlo, implorándole que no se marchara, no quería estar sólo, no deseaba sentir nuevamente el frío de la soledad. Caí de rodillas cuando ya no pude más, llevé las manos sobre mi cabeza y miré el crepúsculo y luego a mí, a mi cuerpo y mis bolsillos, no quería regresar, concentré la mirada en la bolsa derecha de mi chamarra y como si me llamara algo desde dentro metí mi mano y ahí estaba tan pequeña, como mi única fiel amiga, una fría y fiel amiga. Después… sólo el frío y el aire otoñal. Los comentarios están cerrados.
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